¿Actitudes racistas? (II)

Para entender lo que ahora voy a contar, debo decir que el pueblo en el que actualmente ejerzo como sacerdote tiene unos 4.000 habitantes, de los cuales unos 1.600 son emigrantes (sólo en la escuela hay niños de 17 nacionalidades diferentes). Algunos de estos emigrantes sólo permanecen periodos breves de tiempo entre nosotros, dependiendo de las campañas agrícolas o de que encuentren mejores trabajos en ciudades próximas, y es muy difícil conocer personalmente a todos.
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A finales de la semana pasada encontré varios mensajes en el contestador de la parroquia de alguien con acento extranjero que decía querer ponerse en contacto con el párroco. Yo también llamé varias veces al teléfono móvil del que procedían los mensajes pero nadie me respondía.
Tras cuatro o cinco días de intentos infructuosos por ambas partes, finalmente él pudo ponerse en contacto conmigo y, por teléfono, me contó su historia:
Se identificó como Mamadou B., un vecino del pueblo que por cuestiones laborales estaba trabajando actualmente en una comunidad autónoma vecina aunque el domicilio y la familia los tenía aquí. Actualmente se encontraban en una situación económica apurada y quería saber si desde la parroquia se les podía echar una mano.
Según dijo, todo su problema venía originado por una pelea en la que se había visto implicado su hijo mayor (de 17 años). Según él, su hijo era muy pacífico pero en las fiestas de un pueblo alguien le había llamado “negro de mierda”. Así había comenzado una pelea y como consecuencia un juez le había impuesto a su hijo una multa de 1.200 euros. Él, sin darse plena cuenta de lo que hacía por no ser asesorado por ningún abogado, había pagado inmediatamente la multa de su hijo, y para ello había tenido que pedir un anticipo de su sueldo. Como consecuencia, ahora se veía en tremendas dificultades para ir pagando el alquiler de la casa, llevando varios meses de retraso.
Al manifestar mi extrañeza por la elevada multa, él, entre titubeos, me dijo que entre su hijo y un amigo le habían roto al provocador la nariz y varias costillas.
Rápidamente cambió de tema para contarme que a raíz de este desembolso económico se había visto forzado a aceptar una propuesta de su jefe para que los fines de semana trabajase en un terreno de su propiedad en otra población, pero que el jefe no le pagaba y su mujer sospechaba de él porque ni aparecía por casa los fines de semana ni cuando regresaba traía dinero, así que le urgía aparecer esta vez ante su familia con algo en metálico.
La casera estaba siendo muy buena con ellos, pero no podía esperar más sin cobrar al menos una parte de lo que le debían, así que si la parroquia podía ayudarles “por el momento” con unos 400 euros, la situación no sería tan apurada.
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Lo cierto es que a mí aquella historia me parecía bastante rara, así que le pedí que me diese sus datos para ver si el grupo de Caritas podía estudiar su problema, y, si él por su situación laboral no podía, que su esposa se pasase al día siguiente por la parroquia para hablar del tema.
Fue entonces cuando me dijo que su esposa y los dos hijos que tenían en España vivían temporalmente en la capital, pues en el piso del pueblo les habían cortado la luz por falta de pago. Así que, tras darme su nombre y la dirección del piso que tenían en alquiler, quedamos en que él vendría personalmente por la parroquia este sábado y que para entonces habríamos estudiado su caso y las posibles soluciones.
Cuando me personé en el ayuntamiento para recabar datos sobre él, pude comprobar que nunca había habido nadie empadronado con ese nombre ni en el pueblo ni en toda la comunidad autónoma. La dirección que me había dado no existía, y en la única calle con un nombre parecido (podría haberse confundido de nombre, a pesar de que su español era bastante fluido) sólo había casas bajas, y él había manifestado vivir en una 2ª planta.
Al día siguiente tuve que acompañar a un sacerdote de otro arciprestazgo al médico y en el viaje empecé a contarle el caso. No hizo falta que le diese todos los detalles. Unos meses antes a él también le había llamado con la misma historia, aunque el juzgado que “había condenado a su hijo” era otro, y “su domicilio” se encontraba en uno de los pequeños pueblecitos incorporados a su parroquia.
Todo parecía indicar que se trataba de un timador “profesional” que contaba todo lo de la ofensa racista a su hijo, el juicio sin la suficiente defensa abogacial y la explotación laboral de su jefe para provocar en nosotros una actitud racista de hiperprotección extrema que nos llevase a ayudarle económicamente en sus penurias sin comprobar su relato (cosa que nunca hubieramos hecho de tratarse de un español).
A pesar de que la policía local y algunos amigos con los que comente el caso me desaconsejaron que asistiera a la reunión concertada con él para este sábado (alguna de estas personas, al verse desenmascaradas, suelen reaccionar con bastante violencia), lo cierto es que asistí (eso sí, acompañado de un feligres): tal vez le habíamos juzgado mal y todo aquello tenían una explicación.
Le estuvimos esperando casi una hora, pero él no apareció. Sin duda se olió que su historia esta vez no iba a “colar”.
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En nuestro primer mundo sigue habiendo actitudes violentas racistas, aplicaciones arbitrarias de la ley y explotación laboral por parte de patronos inmorales, conductas que deben ser rechazadas y perseguidas, pero ello no puede llevarnos nunca a la discriminación (ni siquiera a la discriminación “positiva”), sino a trabajar por la igualdad de oportunidades, derechos y deberes de todos los hombres, de todos los hijos de nuestro Padre Dios.
Con toda seguridad, mañana él seguirá intentado encontrarse con alguna persona a quien el color de su piel "le dé lastima"... ¡y, por desgracia, tarde o temprano la encontrará!
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¡La paz contigo!

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