Lenguaje litúrgico

La riqueza de la liturgia es un tesoro que hemos recibido de la iglesia y que no sabemos valorar en su justa medida.
Para apreciarla convenientemente debemos tener en cuenta que en ella se utiliza un lenguaje (en cuanto a signos, gestos, expresiones…) en el que se debe estar iniciado.
A veces, tanto por parte de los sacerdotes como de los fieles, se da por sobreentendido un conocimiento mínimo del lenguaje litúrgico. La organización de un cursillo básico de liturgia es considerado por muchos sacerdotes como algo secundario, y muchos fieles creen innecesario participar en estos cursillos de liturgia. Como consecuencia, multitud de expresiones y gestos son interpretados erróneamente, especialmente por aquellas personas que se han incorporado a nuestras comunidades provenientes de otras culturas.
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A la misa de hoy ha asistido una mujer acompañada de su vecinita, una niña rumana de unos 3 ó 4 años a la que cuida mientras sus padres trabajan. Como la mujer colabora mucho con la parroquia y con el grupo de Caritas, la pequeña, que casi siempre le acompaña, ya me conoce bastante, me saluda alegre siempre que me ve y en más de una ocasión, después de la misa dominical “de las familias”, a entrado con los demás niños en la sacristía a coger una golosina del “bote de las chuches”.
Pero ella está acostumbrada a esas “misas con niños”, muy alegres, festivas y participativas. Por eso hoy se ha llevado una sorpresa:
Al celebrar la misa de la tarde, yo estaba algo afónico después de pasar un catarro, y mi tono de voz era más grave de lo normal. Al llegar el momento de la consagración, los asistentes (unas trescientas personas, todos mayores) se han arrodillado, muchos de ellos agachando la cabeza y cerrando los ojos.
Al ver a todos arrodillados y con cara seria, escuchándose en medio del silencio sólo mi voz con el tono especialmente grave, la niña se ha empezado a asustar preguntando en voz alta: “¿Por qué se ha enfadado el cura?”.
Como la mujer que le acompañaba le hacía gestos de que se callase pero no contestaba a su pregunta, la niña se iba poniendo cada vez más nerviosa y repetía insistentemente a gritos, casi a punto de llorar:
¡¡¡ ¿Por qué se ha enfadado el cura? !!!
Al acabar la consagración y levantarse la gente, la niña se ha tranquilizado y ha dejado de dar voces.
Espero que la mujer sabrá explicar a la niña lo sucedido. De lo contrario, creo que he perdido una amiga.
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¡La paz contigo!

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