Mi entrada en el seminario (I)

Una de las preguntas más comunes que me hacéis a través del e-mail (perdonadme si no os respondo con la suficiente premura), es cómo descubrí mi vocación y cómo fue mi entrada al seminario.
Ante todo, que quede claro que mi experiencia no es la típica de un seminarista (creo que ninguna lo es), y que esta entrada no pretende ser divertida sino sincera.

En mi caso, aquel año 1985 (¡¡¡Hace casi 25 años!!!) tenía recién finalizados los estudios de Magisterio y estaba preparando oposiciones en Madrid.
A mis 22 años, era consciente de mis muchas contradicciones personales, pero creo que tenía las ideas bastante claras en lo que a mi vinculación a la Iglesia se refiere:
- Gracias a la Iglesia, y a personas concretas que habían actuado en su nombre, había recibido el don de la fe (la gran noticia de que Dios era un Padre bueno que me amaba y, en ese amor, me había permitido encontrarme con Jesucristo y recibir la fuerza de su Espíritu).
- La Iglesia me seguía ofreciendo la posibilidad de experimentar la cercanía del amor de Dios a través de los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía y el de la Reconciliación. (¿Todavía queda alguien que lo siga empobreciendo llamándolo simplemente "Confesión"?)
- En la Iglesia me había iniciado en el conocimiento de la Escritura y en la vida de oración (por aquel tiempo, ya solía comenzar el día rezando laudes).
-En todos los lugares donde había vivido (y eran bastantes), había tenido la oportunidad de integrarme en pequeñas comunidades cristianas, formadas por personas concretas con quienes compartir un proceso de maduración en la fe. De este modo, poco a poco, había ido creciendo una fuerte experiencia de comunión, con ellos en particular y con toda la Iglesia en general.
Sentía la necesidad gozosa de poder devolver a la Iglesia, al menos, una parte de lo mucho que ella me había entregado a mí, y no descartaba la posibilidad, en un futuro no muy lejano, de vivir por un tiempo limitado una experiencia como misionero seglar en algún lugar del mundo.
Debo reconocer que, en más de una ocasión, alguien me había preguntado si nunca me había planteado la posibilidad de ser sacerdote. Se ve que, en un principio, parecía tener el perfil idóneo: joven, inteligente, con estudios, ¡sin novia!, próximo a la parroquia, que frecuenta los sacramentos y la oración... Después, según me iban conociendo, venían los "contras": demasiado juerguista, demasiado crítico, demasiado anárquico, demasiado...
Mi respuesta ante la opción de ser sacerdote siempre era: "¿Yo? ¿Por qué? ¡No!"
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Recuerdo que aquel día, 12 de Octubre, se celebraba la fiesta de la Virgen del Pilar. A la caída de la tarde, me recogí en mi habitación para rezar vísperas antes de cenar y salir con los amigos. En aquella ocasión, sin motivo aparente, fui yo mismo quien me pregunté por mi posible vocación para el sacerdocio, y esa vez mi planteamiento fue un poco diferente: sustituí el "¿Yo? ¿Por qué? ¡No!", por un simple "¿Yo, por qué no?".
Tras un buen rato tratando de responder desde la sinceridad personal a esa pregunta, no encontré ningun argumento realmente convincente. Ciertamente, yo no veía nada que, de forma absoluta, me impidiese servir a Dios y a la Iglesia a través del ministerio sacerdotal.
Como uno puede estar engañado, creí oportuno no dar muchas más vueltas al asunto y esperar hasta el puente de "Todos los Santos" (tenía intención de aprovechar esos días para ir a ver a la familia) para comentar aquello con el párroco de mi pueblo.

La cosa fue rápida. (De hecho, no conozco trayectoria más rápida.)
El jueves, 31 de Octubre, ya anocheciendo, llegaba en tren a mi pueblo, y curiosamente me encontré, sin esperarlo, con el párroco. No perdí tiempo y le comenté el tema.
El viernes, 1 de Noviembre, día de "Todos los Santos", al finalizar la misa, él me llamó para decirme que el obispo me esperaba al día siguiente para hablar conmigo.
Aquel sábado, 2 de Noviembre, por la mañana, la conversación con el obispo fue realmente breve. Ya me conocía de algunos encuentros en los que habíamos participado y, tras preguntarme por mis padres, fue directo al asunto:
- Así que te estás planteando entrar en el seminario.
- Bueno... Estoy dándole vueltas a esa posibilidad.
- ¿Qué haces ahora?
- Preparo oposiciones para Magisterio en Madrid.
- ¿Que serán en...?
- Están convocadas para junio.
- ¿Y si las sacas?
- Creo que tengo que dar clases durante tres años antes de poder pedir una excedencia.
- ¿Y si entrases al seminario, preferirías hacerlo aquí o en Madrid?
- Lo cierto es que me da igual. No he ido tan lejos en mis pensamientos. Lo único que sé es que me estoy planteando la posibilidad de ser cura, y me gustaría que la Iglesia también me ayudase a discernir mi vocación.
- Te has traído ropa para el viaje, ¿no?
- Bueno... Sí. Para pasar el fin de semana.
- Hoy el seminario está cerrado, porque tienen puente, pero el lunes, a las 9 de la mañana, preséntate en la portería, que yo voy a encargar ahora que te preparen una habitación.
- Pero...
- Mira. A tus años ya no estás para perder mucho el tiempo. Tú entras el lunes al seminario, y ahí es donde mejor verás si el Señor te llama o no para la vocación sacerdotal. Si en unos meses descubres que ése no es tu sitio, tienes tiempo de salirte y seguir preparando las oposiciones para este año.
- ¡Pero si tengo todas mis cosas en Madrid, y además el curso en el seminario empezó hace ya más de un mes!
- ¿No dices que eres inteligente? Pues si es verdad, ya conseguirás ponerte al día en los estudios. (Mira su agenda.) Dentro de tres semanas, los seminaristas tienen también el fin de semana libre. Entonces aprovechas y vas a por tus cosas a Madrid.
Sin esperar más objeciones por mi parte, el obispo se levantó y me acompañó hasta la puerta.

Aquel lunes, día 4 de Noviembre, yo entraba al seminario.
Y unos años más tarde... aquel obispo era nombrado cardenal.

2 comentarios:

Aurora Llavona dijo...

Muchas gracias por compartirlo con nosotros.
Es curioso como hace Dios las cosas

Anónimo dijo...

Muchísimas felicidades. Me alegra que haya sido generoso. yo soy una de esas que al sacramento de la reconciliación lo llama simplemente confesión, pero cuando hablo de él no sabe la profundidad de la explicación.Creo que lo importante es que estemos todos unidos y a por todas. Gracias