En nombre del amor de Dios

Creo que siempre he sido consciente de la necesidad que tenemos los curas de los seglares, y no me refiero sólo a los múltiples trabajos que realizan en los diferentes ámbitos de la vida parroquial. Los curas necesitamos de los seglares, sobre todo, su oración, su vida testimonial, sus palabras de apoyo, sus críticas, su visión creyente (y a la vez, más próxima) de los problemas del día a día de la vida. Necesitamos esas palabras desde la fe que nos ayudan a clarificar nuestra misión.

En cierta ocasión, mientras regresaba a casa después de la última Misa de la tarde, me crucé por la calle con una mujer mayor bastante nerviosa. Al verme, se acercó a mí y, con lagrimas en los ojos, me dijo:
- "Por favor, ayúdeme, que mi nieto se ha vuelto loco. No deja de discutir con sus padres a gritos y de romper cosas. Creo que va a acabar haciendo una locura. Sus padres ya no pueden más y han llamado a la policía. Se han presentado en casa, pero dicen que no pueden llevarse detenido al muchacho porque esa es su casa y todavía no ha habido sangre. Cuando se han ido los policías, hace como una hora, el chaval parecía más calmado, pero ahora está todavía más fuera de sí. Ha amenazado a sus padres y es capaz de hacer cualquier barbaridad."

Yo ya conocía el caso:
Aquel joven, tras años en la universidad, había vuelto a casa sin acabar los estudios (por no decir: "Sin apenas haberlos empezado"). Desde su regreso, su comportamiento era cada vez más anormal: sólo mostraba interes a la hora de salir por las noches con su novia y los amigos, se levantaba de la cama a la hora de comer, despreciaba toda clase de trabajos, tenía ataques cada vez más violentos de ira si se le llevaba la contraria... Todo parecía indicar que en aquel joven había un desequilibrio mental, o se trataba de un problema de drogas... o las dos cosas a la vez. Los padres habían conseguido llevarlo al psicólogo, pero éste había dictaminado que estaba perfectamente.

Considerando que en aquella situación de conflicto familiar yo tenía poco que aportar, traté de calmar a la desconsolada mujer (que temía sobre todo por su hija y su yerno, pues no estaba segura de hasta dónde podía llegar su nieto en aquellos arrebatos de pura violencia), y delante de ella telefoneé al juez de paz de la población para que se presentase en aquella casa y, si lo creía conveniente, llamase nuevamente a la policía.
- De acuerdo, -dijo la mujer- pero vaya usted también a la casa y hable con ellos.
Intenté excusarme, tratando de hacer ver a aquella señora que si su nieto no había escuchado a sus padres ni a la policía (y dudaba que escuchase al juez de paz), mucho menos me iba a escuchar a mí.
- Sí. -Respondió ella.- En esa casa ya han ido a hablar en nombre de la razón, de la ley, de la justicia... Pero hace falta que alguien vaya a hablar en nombre del amor de Dios. Y esa es su labor.
Me quedé cortado. Realmente aquella mujer me había recordado "mi labor" como cura.
Teniendo claro, entonces sí, lo que debía hacer, me dirigí a aquella casa para llevar una palabra "en nombre del amor de Dios".

Como he dicho al principio: los seglares necesitan de la labor del cura, pero... ¡Cuánto necesitamos también los curas del testimonio y de las palabras iluminadoras de los seglares!

¡La paz contigo!

1 comentario:

Aurora Llavona dijo...

¿Y al final se solucionó el tema con el chico?