
Uno de los jóvenes, que no parecía muy dado a frecuentar el Sacramento de la Reconciliación, quedó muy contento y reconfortado con “la experiencia” y, tras dar las gracias, se dispuso a marcharse sin haber recibido la absolución.
Yo le sujeté del hombro mientras le decía: “Espera un momento”; y estiré la mano para darle la absolución (tal como aparece en la fotografía). Él, rápidamente, como un acto reflejo, estiró también su mano y la chocó contra la mía mientras me decía: “¡Guay, tío!”
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¡La paz contigo!
1 comentario:
Se marchó encantado ;-)
Es todo culpa de la falta de costumbre
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