El último fin de semana del 205 (III)

Al día siguiente, lunes, pude hacer la visita de las obras de la catedral de Pamplona y comer con alguno de los canónigos. Como no tomo bebidas alcohólicas, en cuanto acabó la comida salí de regreso hacia mi ciudad.
El viaje fue cómodo y sin incidentes, pero a falta de unos 10 Kilómetros para llegar, los planes se torcieron, pues un tractor que circulaba por el arcén en mi misma dirección giró hacia un camino a la izquierda justo cuando me disponía a rebasarle (por precaución, me había pasado ya al carril de la izquierda). El tractor, con un gran arado de vertedera, ocupó toda la calzada. Intenté frenar, pero la rueda reventó y acabé empotrado de frente contra el arado.

El gran arado entró por el morro del coche cortando la parte delantera del coche en dos mitades, arriba y abajo, y deteniéndose justo antes de entrar en la cabina del vehículo (la batería del coche, colocada en el 205 junto a la guantera del copiloto, quedó limpiamente cortada en dos).
El impacto hizo que la bandeja de debajo del volante se desplazara hacia mí, pero en lugar de cortarme las piernas, se rompió al impactar con mis rodillas (es uno de los motivos por los que las tengo dañadas y no me arrodillo en la consagración).
Además, la puerta del conductor se retorció desencajándose y quedó apoyada en mi cuello.
Parte de la parte superior del coche, seccionada, se metió por el cristal de delante, quedándose por encima de mi cabeza.
Por suerte, aparte del golpe en las rodillas y el cardenal provocado por el cinturón de seguridad, yo no tenía ni un rasguño, aunque no podía salir de aquel amasijo de hierros.
El conductor del tractor (un hombre posiblemente en edad de estar ya jubilado), muy nervioso, metió parte de su cabeza (boina incluida) por lo que quedaba de ventanilla y, sin preguntarme cómo me encontraba, empezó a gritarme literalmente: “¿Es que no has visto el intermitente… que con el golpe se me ha fundido?”. El hombre, casi histérico, sacó la cabeza y la volvió a meter gritando: “Ya os he visto venir, y al primer coche le he dejado pasar, pero ¡no os voy a dejar pasar a todos!”
Se refería al coche que circulaba a pocos metros por delante de mí y que le había adelantado un momento antes, cuyo conductor, al ver por el retrovisor la barbaridad que había hecho el tractorista, dio media vuelta y se encaró con él diciendo también a gritos:
“¡Llevo en el coche una mujer muy anciana y un niño de un mes! ¡Si me llega a hacer eso a mí, ahora estarían muertos!”
Todo esto lo veía yo desde dentro porque, tal como había quedado el coche, estaba atrapado.
Los agentes de tráfico llegaron pronto y finalmente pude salir de lo que quedaba del 205. Necesitaba estirar las piernas y mientras la grúa trataba de mover el tractor (parte del arado se había clavado también en una de sus ruedas) pude escuchar cómo los testigos del otro coche declaraban en mi favor y los agentes increpaban al agricultor por llevar la ITV, la tarjeta de revisión del tractor, ¡7 años caducada! (Entonces acabé de entender el porqué de su justificación al decir que el intermitente "con el golpe se le había fundido".)
Necesitaba dar un paseo y mientras movían los vehículos comencé a andar por el arcén. A unos 70 metros encontré en mitad del asfalto el crucifijo de bronce que llevaba siempre en el salpicadero. El impacto había sido realmente bestial.
Los conductores de los vehiculos que pasaban por allí, al ver los restos del accidente y la presencia de un cura (pues yo iba vestido de negro y con alzacuellos) se acercaban a preguntarme cuántos muertos había. Al decirles que el conductor era yo y verme allí paseando sin un rasguño, nadie se lo creía.

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Los técnicos que revisaron el coche me lo confirmaron: la velocidad especialmente moderada, fruto de la mala experiencia del día anterior, y los refuerzos que se habían añadido al morro del coche tras los seis accidentes que había tenido durante aquel año, habían provocado que el arado se detuviese junto a mis piernas en lugar de cortarme por la mitad.
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Como decía al principio, nunca sabemos si ese acontecimiento que nos desagrada y rompe con nuestros proyectos puede ser, en el futuro, para nuestro bien.
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¡La paz contigo!

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Me alegro que esté Vd. vivo tío cura!. ¡Qué Dios le bendiga!.
Un abrazo.