El último fin de semana del 205 (II)

Cuando llegué a Vitoria había una fuerte tormenta que fue empeorando a lo largo de la tarde. Al acabar mi reunión allí ya era de noche, así que, cansado por todas las actividades del día (especialmente por la caminata en busca de agua en medio de la lluvia), sin quedarme a cenar me dirigí hacia Pamplona.
Nunca había pasado por aquella carretera, lo cual, unido a la fuerte lluvia y a lo mojado que estaba el firme, hizo que condujera con bastante prudencia. La visibilidad era muy mala, pues la lluvia seguía arreciando.
Al aproximarme a la entrada de un pueblo de unos 2000 habitantes llamado Echarri-Aranaz pude observar en medio de la oscuridad cómo los coches que iban a cierta distancia por delante de mí frenaban y daban media vuelta en la carretera. Por suerte eso me hizo disminuir todavía más la velocidad, lo que hizo que no acabase empotrado en una barricada que un grupo de encapuchados independentistas vascos había colocado en mitad de la carretera, a la altura de las primeras casas del pueblo. Con la lluvia y lo oscura que estaba la noche, apenas se veía lo que ocurría, situación que cambió totalmente cuando, casi llegando a su altura, alguien echó una antorcha y toda aquella barricada, que sin duda estaba rociada de gasolina, se convirtió en un momento en una cortina de fuego.
Tuve tiempo justo, sin llegar a detener el coche y con un fuerte volantazo, de dar media vuelta. Entonces me percaté de que los coches que me precedían, y a los que había visto girar, se metían por lo que parecía un polígono industrial. Como yo no conocía la zona y tampoco me apetecía quedarme en mitad de aquella situación, consideré lo más prudente seguirles, aunque ya estaban bastante lejos.
En realidad, a lo que seguía era a las luces traseras del último de los coches que, ya a distancia, veía girar por distintas calles, hasta que antes de llegar a uno de los cruces pude ver cómo un grupo de encapuchados cruzaban en mitad de la calle varios contenedores de basura, dejando a los coches a los que seguía totalmente bloqueados. Entonces empezaron a zarandearlos con la intención de volcarlos.
Yo, al seguirles a cierta distancia, había podido evitar todo aquello. Girando en dirección contraria tomé un camino de tierra que rodeaba la población y, sin saber muy bien a dónde me llevaba, acabé apareciendo en la carretera, en la otra parte del pueblo.
Seguí mi camino hacia Pamplona siendo consciente de que ningún otro vehículo me seguía. Era el único coche que había podido libarse de aquella barbarie.
Después he sabido que aquel pueblo es uno de los más conflictivos socialmente de toda Navarra.

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