En casi todos los pueblos donde he ejercido el ministerio, he encontrado a ese entrañable señor mayor que ejerce de ateo.
Sus vidas son siempre muy parecidas:
- vivieron en su propia familia la represión que siguió a nuestra triste guerra civil,
- siempre se han sentido vinculados (más pasional que racionalmente) a esos partidos que tienen como bandera el rechazo de todo concepto de Dios,
- han tenido experiencias especialmente negativas en su encuentro con algún sacerdote o con algunos vecinos “de los de misa diaria”,
- la muerte por enfermedad o accidente de algún ser querido en edad temprana les hace responder con cierta ironía ácida ante el anuncio de un Dios que es Amor…
Y, sin embargo, son hombres que han cimentado su vida en unos profundos valores cristianos y tratan de ser consecuentes con ellos, a pesar de que la inercia les haga sentirse distanciados (no enfrentados).
.
En cierta ocasión, me crucé en la plaza con uno de estos vecinos, ya jubilado, que estaba sentado en un banco. Cuando aún no había llegado a su altura me saludó con un “Buenos días”. Por el tono y la mirada, me pareció que tenía ganas de contarme algo, así que me senté con él en el banco mientras le saludaba. Él fue directo al asunto:
- Ayer vinieron una pareja de esos que van predicando por las casas, los Testigos de Jehová. Pero yo ya se lo dejé bien claro: “¡Conque no creo en la Iglesia Católica, que es la verdadera…! ¡Como para creer en la vuestra!”
.
¡La paz contigo!
Sus vidas son siempre muy parecidas:
- vivieron en su propia familia la represión que siguió a nuestra triste guerra civil,
- siempre se han sentido vinculados (más pasional que racionalmente) a esos partidos que tienen como bandera el rechazo de todo concepto de Dios,
- han tenido experiencias especialmente negativas en su encuentro con algún sacerdote o con algunos vecinos “de los de misa diaria”,
- la muerte por enfermedad o accidente de algún ser querido en edad temprana les hace responder con cierta ironía ácida ante el anuncio de un Dios que es Amor…
Y, sin embargo, son hombres que han cimentado su vida en unos profundos valores cristianos y tratan de ser consecuentes con ellos, a pesar de que la inercia les haga sentirse distanciados (no enfrentados).
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En cierta ocasión, me crucé en la plaza con uno de estos vecinos, ya jubilado, que estaba sentado en un banco. Cuando aún no había llegado a su altura me saludó con un “Buenos días”. Por el tono y la mirada, me pareció que tenía ganas de contarme algo, así que me senté con él en el banco mientras le saludaba. Él fue directo al asunto:
- Ayer vinieron una pareja de esos que van predicando por las casas, los Testigos de Jehová. Pero yo ya se lo dejé bien claro: “¡Conque no creo en la Iglesia Católica, que es la verdadera…! ¡Como para creer en la vuestra!”
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¡La paz contigo!
3 comentarios:
¡Hombre, tío cura! ¡Ese chiste es muy viejo! Creí que iba a hacernos unas reflexiones más profundas.
Siempre que escribo una entrada estoy pensando en personas concretas, con nombre y apellidos. Y, sinceramente, no creo que ese día él me estuviese contando ningún chiste (aunque lo cierto es que me hizo reír).
Con todo, gracias por el comentario.
Sí, la anécdota es vieja y conocida, lo que no quiere decir que no le haya pasado a Vd. Es una fórmula y por lo tanto puede repetirse. Como aquella otra (atribuida a Buñuel) de "Yo soy ateo. Gracias a Dios".
Lo más interesante es la ajustada caracterización sociológica de ese tipo de personas.
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