El otro día, en una reunión de curas, alguien contó un chiste que la mayoría ya habían oído. Cuando yo les dije que eso era un hecho real, todos comentaron que se trataba de una “leyenda urbana” de sacristía. Tuve que ponerme serio para decirles que sabía muy bien de lo que hablaba porque me había sucedido a mí.
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Desde hace bastantes años, tengo la costumbre durante los cursillos prematrimoniales de hacer una propuesta a los novios que no están confirmados: tener, después del cursillo, algunas catequesis específicas del Sacramento de la Confirmación y luego, de acuerdo con el obispo, asistir con ellos a alguna parroquia en la que haya programadas Confirmaciones, para que reciban también el sacramento. La propuesta es siempre bien recibida y no hay año en que no me presente en alguna parroquia de la capital con un pequeño grupo de jóvenes adultos ilusionados, que destacan entre la multitud de adolescentes.
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En una de estas celebraciones de la Confirmación, en una parroquia de religiosos, el presbiterio (el lugar donde se colocan los curas en la celebración) estaba prácticamente lleno y tuve que sentarme con una banqueta justo al lado del ambón (donde se lee las lecturas).
Un chico de unos quince años, al que le tuve que señalar que se quitase el chicle de la boca, subió para proclamar la lectura. Al parecer, se había preparado lo que tenía que leer, pero en algún folio que le habría dado su catequista, pues por su reacción parecía ser la primera vez que veía un leccionario.
Con voz apresurada dijo en voz alta:
“¡Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo!”
Pero luego, al ver la cita bíblica en números rojos, se quedó callado y, no sabiendo que hacer, giró la cabeza hacia mí y me dijo en voz baja:
“¿El número de teléfono también se lee?”
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Desde hace bastantes años, tengo la costumbre durante los cursillos prematrimoniales de hacer una propuesta a los novios que no están confirmados: tener, después del cursillo, algunas catequesis específicas del Sacramento de la Confirmación y luego, de acuerdo con el obispo, asistir con ellos a alguna parroquia en la que haya programadas Confirmaciones, para que reciban también el sacramento. La propuesta es siempre bien recibida y no hay año en que no me presente en alguna parroquia de la capital con un pequeño grupo de jóvenes adultos ilusionados, que destacan entre la multitud de adolescentes.
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En una de estas celebraciones de la Confirmación, en una parroquia de religiosos, el presbiterio (el lugar donde se colocan los curas en la celebración) estaba prácticamente lleno y tuve que sentarme con una banqueta justo al lado del ambón (donde se lee las lecturas).
Un chico de unos quince años, al que le tuve que señalar que se quitase el chicle de la boca, subió para proclamar la lectura. Al parecer, se había preparado lo que tenía que leer, pero en algún folio que le habría dado su catequista, pues por su reacción parecía ser la primera vez que veía un leccionario.
Con voz apresurada dijo en voz alta:
“¡Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo!”
Pero luego, al ver la cita bíblica en números rojos, se quedó callado y, no sabiendo que hacer, giró la cabeza hacia mí y me dijo en voz baja:
“¿El número de teléfono también se lee?”
2 comentarios:
Llegué aquí a través de Enrique Monasterio, que le da un premio. A fe que merecido.
¡Fantástico!
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