Viaje a Polonia (I)

En agosto de 1991 se celebró la VI Jornada Mundial de la Juventud en Czestochowa (Polonia). A mí me tocó organizar la peregrinación de dos autobuses (99 jóvenes de varias parroquias de mi diócesis), siendo responsable de uno de ellos. Aquel viaje fue ocasión de múltiples anécdotas que merecen ser contadas. Aquí va una de ellas:
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En aquél entonces, yo era diácono y vivía en la residencia de los sacerdotes jubilados, junto con dos compañeros con un año escaso de sacerdocio. Uno de ellos, Agustín, también asistiría (con varios jóvenes de su parroquia, atravesaría Europa conduciendo una furgoneta), pero el otro, Javier, no supo que disponía de algunos días libres hasta bien entrado el verano y, dado lo tardío de la fecha, desistió de engancharse en algún grupo.
La salida estaba prevista a las 11 de la noche (tras una celebración penitencial y una cena de despedida). Pero esa misma tarde, una de las jóvenes me avisó de que estaba en la cama con fiebre y no podría acompañarnos.
El viaje estaba ya pagado y era una pena desperdiciar la plaza, así que intenté ponerme en contacto con Javier. En aquella época no disponíamos de teléfono móvil, y no fue nada sencillo dar con él. Al final lo localicé en Zumaya (pueblo costero del País Vasco), pasando unos días de vacaciones en la casa familiar.
No hizo falta insistirle mucho y, como tenía el pasaporte en regla, quedamos en encontrarnos en la frontera franco-española de Irún en torno a las 2 de la mañana. Javier, en aquel tiempo, no disponía de coche y para cuando conseguí contactar con él eran ya las 8 de la tarde, así que, aunque el manifestó su intención de reunirse con nosotros, la cosa no era fácil, por lo que quedamos en que si cuando llegásemos a la frontera él no estaba, seguiríamos ruta sin esperarle.
No recuerdo cómo consiguió llegar a tiempo, pero allí estaba. Todos nos felicitábamos de la suerte de haber podido contactar con él a última hora. Sin embargo, se nos cambió la cara cuando, divisando ya la frontera suiza, nos dimos cuenta de que no tenía visado para entrar en Polonia.
Yo llevaba todos los visados de mi autobús, cada uno con la fotografía del joven marcada con el sello de la embajada polaca. Con la euforia del momento, lo único que se nos ocurrió es manipular el visado de la persona que había tenido que quedarse en casa enferma ¡a pesar de que era una chica!
En la misma frontera suiza Javier se hizo unas fotografías de carnet en un fotomatón. Despegamos la fotografía de la joven del visado con cuidado y pegamos una de las recién hechas. En la fotografía de la muchacha nos habíamos llevado parte del sello de la embajada, así que lo reprodujimos con un rotulador y ¡lápiz de labios!
El pegamento y los rotuladores los compramos en un área de servicio de la autopista (lápices de labios había de sobra en el autobús).
El resultado fue una obra maestra. Sólo que, además de aparecer en el visado otro nombre que no coincidía con el pasaporte, aunque nosotros no entendíamos polaco, intuíamos que en el texto quedaría bien claro que se trataba de una mujer. Pero ya veríamos como lo solucionábamos una vez allí.
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La entrada en Polonia fue fácil.
Por si acaso, habíamos dicho al otro autobús que fuera por delante y si había problemas nos avisasen. Pero los trámites fueron mínimos. Me bajé yo sólo del autobús y entré en la aduana con todos los visados individuales. La policía únicamente revisó el visado general del grupo (que en la embajada habían grapado a mi pasaporte) y después puso el sello de entrada en el país en todos los visados individuales rápidamente, de una forma mecánica, sin apenas mirarlos. Bastó con comprobar que eran 49.

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