Premio Dardos (Best Blog Darts Thinker)

Recientemente Daniel Mora, colombiano afincado en Puerto Rico, ha concedido a este blog el Premio Dardos. Bello nombre para un premio, si lo que pretende es valorar la escritura incisiva que llega al corazón o al cerebro exigiendo un ejercicio de reflexión.
Sin embargo, me temo que los apuntes de este blog ni alcanzan ese objetivo ni, sinceramente, lo pretenden de forma consciente. Además, a pesar de mi creciente fascinación y gratitud por la lengua en la que me expreso y con la que comparto mis vivencias y reflexiones, cada vez estoy más convencido del valor del silencio como instrumento de comunicación.
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La noche de la Pascua, una vez concluída la Vigilia, me desplacé, desde el pueblo en el que estoy destinado, a una ciudad cercana donde se encuentra la vivienda en la que me alojo (hasta que se lleve a cabo la rehabilitación de la casa parroquial).
Era sábado por la noche y había bastante animación en las calles. El único sitio que encontré para aparcar el coche quedaba algo alejado de la casa, pero no hacía mucho frío y el paseo se presentaba agradable.
Por el camino, vi de lejos un grupo de chicas de unos 16 años que venían de frente. Una de ellas, la que parecía la líder, en cuanto me vio vestido de negro y con alzacuellos, se volvió hacia las demás e hizo un comentario que provocó las carcajadas de todas. Al llegar a mi altura, la muchacha se dirigió a mí en tono socarrón, diciendo: “¿Podría confesarme?”
Me quedé mirándole serio a los ojos, en silencio. En seguida, ella se dio cuenta de que había metido la pata y bajó la vista avergonzada. El resto de la cuadrilla mantenía también un total silencio.
Era evidente que aquellas palabras habían sido fruto de la alegría y el humor, aún no controlado, de la adolescencia. Sin decir palabra, sonreí y le hice un gesto con la mano como cuando se le indica a un niño que le vas a dar unos azotes si se sigue portando mal.
Ella entonces sonrió tímidamente y dijo con respeto: “Buenas noches, padre.”; y todas se marcharon. Por la espalda, oí como una de las muchachas trataba de decir algo, pero la líder le cortó en seco con un tajante: “¡Cállate!”. A los pocos pasos, el grupo volvía a hacerse notar con sus voces elevadas y las risas propias de la edad.
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Poco antes de llegar a la vivienda, me crucé con tres parejas de unos veintitantos años. Ya detrás de mí, uno de los chicos dijo a los demás en un tono suficientemente alto como para que yo pudiera oírle y sentirme herido: «¡Eh! ¿Ese no era un “cuelli-prieto”?» (Al parecer, hacía referencia al alzacuellos.) Era evidente que aquellas palabras las había pronunciado el alcohol o el desprecio por las creencias de los demás, y como ninguna de esas dos cosas tiene oídos (y menos, a partir de las doce de la noche), opté por no decir nada y seguir mi camino como si no lo hubiera escuchado. En este caso, fueron los propios compañeros los que le reprendieron con sequedad.
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Era la noche de Pascua.
Tal vez en otra ocasión, con un ambiente más propicio, tanto las primeras como el segundo, encuentren a alguien que pueda anunciarles con alegría que Cristo ha resucitado, que Dios es un Padre que nos ama y quiere que seamos felices compartiendo el regalo de la Vida con los demás.
Esa Buena Noticia, acogida sin prejuicios, sí que es un dardo que penetra transformando a la persona y su percepción de la vida.
Todo el que se implica en esa labor sí que es merecedor de un premio.
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¡La paz contigo!

2 comentarios:

Daniel Mora dijo...

Padre,

Gracias por su reflexión, la cual llega directamente a mi corazón, como usted dice, quiza sin proponerselo, pero Dios actua en nosotros sin nosotros pedirselo.

Insisto otra vez y dejo un nuevo reconocimiento para usted en mi Blog, que es muestra del sentimiento que se despierta en mi cada vez que visito esta pagina.

Dios lo bendiga

Daniel Mora

Paul Newman dijo...

Iba a hacer un comentario, pero Daniel se me ha adelantado y me ha quitado las palabras del teclado. GRACIAS (en mayúsculas).