Tres respuestas inesperadas (III)

Recientemente, una vecina de mi calle se ha quedado viuda.
La mujer rondará los 70 años, camina con mucha dificultad y su inteligencia ha sido siempre bastante limitada. La vida le ha dado muchos palos, lo que la ha convertido en extremadamente desconfiada con todo el mundo.
Su marido, que era quien realmente llevaba esa casa, ha fallecido en circunstancias bastante trágicas, y aunque hay vecinos que están tratando de acercarse y ayudar, lo cierto es que, desde una opción personal, su relación con casi todos ellos se reduce a la mínima expresión.
Hoy la he visto de lejos llegando a su portal, empujando un carro de compra lleno. Vive en un primer piso, así que me he apresurado a acercarme para subirle el carro. Al tiempo que llegaba hasta ella, otra vecina de la casa salía del portal y los tres nos hemos saludado a la vez.
La viuda me ha dicho directamente: “Ya sé por qué viene.”
Como parecían evidentes mis intenciones, para mantener la conversación, le he preguntado sonriendo: “¿Por qué?”
Y ella ha contestado: “Porque aún no le he pagado el funeral de mi marido.
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En un principio he pensado que me estaba gastando una broma y casi me echo a reír, pero por su expresión en los ojos, era evidente que me estaba hablando totalmente en serio. Y su frase me ha hecho mucho daño:
- Me ha dolido por las malas experiencias que esa pobre mujer habrá tenido con la Iglesia, y más concretamente con los curas, para pensar que somos así. (No digo que los curas se hayan portado mal con ella, cosa que ignoro, pero queda claro el concepto que tiene de nosotros.)
- Me ha dolido también porque esa forma de pensar así de mí es, en parte, culpa de que yo no he compartido con ella el tiempo suficiente como para que pueda conocerme mejor. (El Señor nos envió sobre todo a las ovejas más necesitadas, pero a veces nosotros…)
- Y me ha dolido sobre todo por ella. Debe ser difícil el día a día cuando se desconfía sistemáticamente de los demás, malinterpretando sus gestos de afecto como actos interesados.
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Qué duro tiene que ser afrontar la vida, y más los años difíciles de la ancianidad (con su progresiva limitación física y mental), sintiendo que el otro no es un compañero de camino con quien compartir jornada, sino alguien que tiene sus propios intereses, que a veces chocan con los tuyos, y a quien es mejor tenerlo a una distancia prudente. .
Por más que le he insistido, no ha permitido que le ayudase a subir el carro hasta su casa. (Ha preferido que la compra se la subiera su vecina, sacando las bolsas del carro y haciendo varios viajes, pues la señora tampoco era joven.)
Estoy convencido de que su reacción conmigo no ha sido de rechazo al cura, sino de distanciamiento con un vecino cuyo afecto y relación sólo puede traer consigo complicaciones y sufrimiento. Me temo que en el fondo ella es consciente de que su autonomía es cada vez más limitada y, ante la perspectiva de vivir en una residencia, trata por todos los medios de manifestarse como autosuficiente ante quienes considera “con cierto poder decisorio”.
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Lo he comentado con varios vecinos y feligreses, y sé que esta noche (y otras muchas) mi vecina estará presente en la oración de mucha gente de buena voluntad.
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Como he dicho al principio, ya sean niños como ancianos, cada persona es un mundo.
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¡La paz contigo!

2 comentarios:

Daniel Mora dijo...

La desconfianza. Otro mal que nos acecha. Siempre he recibido el siguiente consejo de las mujeres que mas amo aqui en la tierra "No confies en nadie, solo en tu madre y en Dios, los demas no son dignos de confianza", esto siempre me lo repetian, y me lo repiten, despues de que alguien me decepciona por alguna razon y lo comento con ellas, Su respuesta es una respuesta de amor, pues quieren evitarme los sufrimientos, y asi lo comprendo.

Sin embargo, el amor mal aplicado nos puede ocasionar sufrimientos mayores.

A este consejo de estas dos mujeres, siempre he contestado, que prefiero que la gente me siga decepcionando a vivir en un mundo en el que no se puede confiar.

Practicar la confianza en el semejante es la unica via que nos lleva a descubrir el tesoro que habita en los demas. Ademas como amar a los demas sino confiamos en ellos.

Gracias padre por estas entradas.

Unidos en Cristo

Daniel Mora

Galsuinda dijo...

Me sorprende que siendo usted una persona que no es muy joven no haya recibido más desplantes de este tipo.

Sin llegar a los treinta ya ha cosechado cualquier persona de buena voluntad muchísimas respuestas desaprensivas ante gestos de buena voluntad: hay mucha gente así por ahí y encima hay que poner buena cara.