Mala temporada (I)

Acabo de cambiar de parroquia. Mi nuevo destino, como tantos otros, no es fruto de una planificación pastoral de la diócesis, sino una solución de urgencia (esta vez el motivo ha sido la repentina enfermedad del párroco anterior) que no ha hecho excesiva gracia a algunos miembros activos de la parroquia.
Debo reconocer que los planteamientos pastorales del párroco anterior y los míos no son “exactamente” iguales, y que, por tanto, el pueblo tendrá que adaptarse a mi forma de ser y trabajar, y yo a las características propias de la comunidad parroquial de la que ya formo parte. Si a esto le añades el gran don de gentes que tenía mi predecesor, no es de extrañar que me esfuerce por acertar en mis primeras acciones pastorales importantes y por ganarme el afecto de los feligreses. Sin embargo, esta primera semana ha sido “gloriosa”. Aquí van tres ejemplos:
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1º.- Primera semana… y primer funeral. Como estaba previsto que comenzase a las 5 de la tarde, creí que no había problema en comer con unos familiares en un pueblo cercano, a no más de 10 kilómetros de distancia. A las 3 y media ya estaba arrancando el coche para regresar. ¡Cómo podía suponer que un accidente entre dos camiones, a tan sólo 5 kilómetros de mi destino, iba a provocar un atasco monumental! Entre la retención inicial y la ruta alternativa (unos 45 Kms más) organizada por la guardia civil y encabezada por un camión articulado que nos hizo circular a todos a 50 Km/h, para cuando llegaba a la iglesia eran las 5 en punto de la tarde.
En un principio respiré aliviado al ver que aún no había llegado el coche fúnebre con el cadáver, pero en cuanto crucé las puertas del templo una vecina me sacó de mi error al decirme: “¿Pero qué hace aquí todavía? ¡Si le están esperando en casa del difunto para iniciar la conducción!” (Nadie me había advertido de esa costumbre en el pueblo.) Total, que para cuando empezábamos el funeral llevábamos más de un cuarto de hora de retraso. ¡Empezaba bien en el pueblo!

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