Recientemente he estado con un sacerdote que, hablando de la participación de los laicos en la liturgia, me contaba la siguiente anécdota:
Cuando, casi recién ordenado, fue destinado a unas pequeñas aldeas de la montaña, todo su interés era que sus feligreses participasen en la liturgia, a pesar de la pobreza, humanamente hablando, que había en aquellas comunidades (muy pocos en número y todos muy mayores).
Cada domingo, los vecinos le esperaban en la puerta de la iglesia y así tenían tiempo para conversar un poco antes de iniciar la misa. Él no dejaba de animar a la gente a que leyesen alguna lectura, pero la respuesta siempre era la misma: "Es que no hemos traído las gafas".
Cierto día, al llegar el cura al pueblo, vio que una de las mujeres, con las gafas puestas, estaba leyendo un aviso en el tablón del ayuntamiento (junto a la iglesia). El joven sacerdote no quiso perder la oportunidad y, dirigiéndose directamente a aquella mujer, le dijo:
- "Ya veo que hoy ha traído las gafas, así que no tiene excusa. Venga. Anímese y lea una de las lecturas."
La mujer mayor, avergonzada, le dijo como pudo:
- "Lo siento, pero hoy me he dejado en casa los dientes."
¡La paz contigo!
Cuando, casi recién ordenado, fue destinado a unas pequeñas aldeas de la montaña, todo su interés era que sus feligreses participasen en la liturgia, a pesar de la pobreza, humanamente hablando, que había en aquellas comunidades (muy pocos en número y todos muy mayores).
Cada domingo, los vecinos le esperaban en la puerta de la iglesia y así tenían tiempo para conversar un poco antes de iniciar la misa. Él no dejaba de animar a la gente a que leyesen alguna lectura, pero la respuesta siempre era la misma: "Es que no hemos traído las gafas".
Cierto día, al llegar el cura al pueblo, vio que una de las mujeres, con las gafas puestas, estaba leyendo un aviso en el tablón del ayuntamiento (junto a la iglesia). El joven sacerdote no quiso perder la oportunidad y, dirigiéndose directamente a aquella mujer, le dijo:
- "Ya veo que hoy ha traído las gafas, así que no tiene excusa. Venga. Anímese y lea una de las lecturas."
La mujer mayor, avergonzada, le dijo como pudo:
- "Lo siento, pero hoy me he dejado en casa los dientes."
¡La paz contigo!