¿Actitudes racistas? (I)

Puede que esté equivocado, pero (es mi opinión) frente a la actitud natural de considerar a todos los hombres iguales en dignidad, derechos y deberes, existen dos tipos de racismo:
- El de aquellos que, al creer inferiores a los que son diferentes, los tratan con desprecio y violencia (física o verbal).
- Y el de aquellos que, para evitar que alguien pueda creer que son racistas, tratan a los diferentes con una indulgencia y superprotección extrema, permitiéndoles lo que nunca permitirían a “sus iguales”.
Por desgracia, si el primer caso es plenamente rechazado socialmente, este segundo caso se está convirtiendo cada vez más en una norma de conducta, especialmente en aquellos que se consideran “más progresistas”, consiguiendo que al experimentar ciertas desigualdades de trato, algunos “descerebrados” acaben engrosando las filas de los despectivos y violentos.
Me gustaría contar dos anécdotas al respecto:
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Hace unos tres años trabajaba como párroco en un pueblo en el que, de sus mil habitantes, algo más de trescientos eran emigrantes. La proporción era prácticamente la misma en la escuela. Como esta situación no era nueva, sino que se vivía desde hacía años, las nuevas generaciones habían ido creciendo en compañía de amigos con otro color de piel, otras lenguas y costumbres y otros países de origen. Así, el que sus compañeros de pupitre fueran de Rumanía, Marruecos o Ecuador, era para aquellos niños tan normal como para nosotros , en nuestros tiempos, el tener un compañero andaluz o gallego.
Aquel año, llegaron a la escuela varios maestros nuevos, entre ellos, la profesora de 3º de Primaria, que, como casi todos los maestros, aunque daba clases en el pueblo vivía en la capital. Esta joven e inexperta maestra, para dejar claro que en su clase iba a haber disciplina, uno de los primeros días de curso mandó salir del aula a una niña que había olvidado el libro de la asignatura en su casa, diciéndole que fuera a buscarlo y que hasta que no lo trajese no podría entrar con sus compañeros.
La semana siguiente, fue una niña marroquí la que se dejó el libro en casa. La profesora, disculpándola, le dijo que se arrimase a su compañera y que ambas compartiesen el libro de la otra. Pero su compañera, que era la que habían sido expulsada pocos días antes, se levantó y dijo claramente: “¡De eso nada! Que se vaya a su casa a por el libro como tuve que ir yo el otro día.” Y TODOS los niños de la clase (de 8-9 años) se pusieron a aplaudir.
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En aquel grupo de personas, sólo una veía a unos niños diferentes de los otros por su raza y origen: la profesora. ¡Curiosamente, la única que no convivía con el resto en el pueblo!

2 comentarios:

Historias del Metro dijo...

Qué chulo. Me gusta que escriba estas cosas de su día a día. Veo que es usted lo que se llama un "cura rural". Espero que no se sienta nunca solo y si en alguna ocasión sucede, piense que hay mucha gente rezando por usted.

gilgamesh dijo...

tito, me alegra que Vd siga bien, sobre la entrada nada que añadir: yo también habría aplaudido.
un abrazo