A veces, sin nosotros pretenderlo, nos vemos involucrados en situaciones que pueden hacernos sentir especialmente incómodos. En esos caso (y pienso que prácticamente en todas las situaciones de la vida) lo mejor es tomar lo que venga con una prudente dosis de humor.
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Hace ya unos cuantos años, al poco tiempo de ordenarme de sacerdote, participé en una convivencia en el seminario de Castellón junto con varios amigos y conocidos. Como a esa convivencia asistió mucha gente, algunos no pudimos quedarnos en el seminario y tuvimos que alojarnos en una zona hotelera próxima, junto a la playa.
Regresábamos a casa el domingo, y el día anterior, sábado, la jornada concluyó con una eucaristía reposada y muy participativa, por lo que finalizó muy entrada la noche. Aunque era bastante tarde, un matrimonio amigo, que se alojaba en el mismo hotel que yo, me propuso dar un paseo por la zona de la playa y comentar lo vivido durante aquellos días de convivencia.
Como la celebración eucarística había sido realmente festiva y una buena experiencia de encuentro con el Señor, lo último que me apetecía a mí también era irme a dormir. Demás hacía una noche muy agradable y no suelo tener la posibilidad de dar un paseo nocturno a la orilla del mar, así que les acompañé con gusto.
Después de un buen rato paseando los tres, el marido comento: “¿No tenéis sed? Ahora me bebía con gusto un gin-tonic (tónica con ginebra).”
Su mujer le miró asombrada y exclamó: “¿Pero a qué viene eso? Si tú lo más que bebes es una cerveza con gaseosa, y sólo los días de mucha fiesta.”
- “Pues me apetece un gin-tonic. Acuérdate que hace años solía beber gin-tonics, y me quitaban la sed.”
La mujer comentó con ironía algo sobre “la crisis de los 40”, pero lo cierto es que con aquella conversación nos empezó a dar sed a todos y nos pareció buena idea sentarnos en algún lugar y tomar algo. Sin embargo, estábamos en el mes de octubre y, al parecer, la temporada turística había acabado. Todos los locales por los que pasábamos, a pesar de ser sábado por la noche, estaban cerrados.
Al cabo de un rato de búsqueda infructuosa, al final nos dimos por vencidos y nos dirigimos hacia nuestro hotel. Pero cuando ya estábamos bastante cerca, oímos que por los alrededores sonaba música y encontramos abierto lo que parecía un local de copas.
Al entrar pudimos observar que estaba bastante lleno y mucha gente estaba bailando. Sin prestar mucha atención, nos dirigimos directamente a la barra y pedimos algo para beber (mi amigo, por supuesto, pidió un gin-tonic).
Fue después de haber pedido las bebidas cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos metido, sin querer, en la celebración de una boda. Mi amigo, ante aquella situación, empezó a ponerse nervioso y propuso que nos fuéramos, pero tanto su mujer como yo estábamos de acuerdo en que, después de todas las vueltas que habíamos dado, no íbamos a marcharnos hasta que él se hubiera bebido "su gin-tonic". Además el camarero ya estaba preparando las bebidas.
A pesar de que ella y yo nos lo tomamos con humor, lo cierto es que la situación era un poco incómoda, pues nadie nos había invitado a aquella fiesta privada. Además, mi amigo, ya visiblemente nervioso, empezó a comentar que notaba miradas "raras" por parte de alguno de los invitados como preguntándose quiénes podíamos ser.
El camarero llegó con las bebidas, pero cuando fuimos a pagarle nos dijo que él era una persona seria. Le habían alquilado el local y le habían adelantado un dinero para las bebidas, y hasta que no se consumiese por valor de ese dinero, allí no iba a pagar nadie. No nos atrevimos a decirle que nosotros no pertenecíamos a la boda y que nos habíamos colado sin querer porque estaba la puerta abierta, así que nos miramos y, sin comentar el asunto, decidimos disfrutar con humor de la situación.
Pero mi amigo seguía insistiendo en que notaba que alguno nos estaba mirado con cara de no saber quienes éramos. Además, aunque el matrimonio que me acompañaba iba vestido bastante elegante y no desentonaban allí, yo vestía de negro y con alzacuellos. La cabeza de mi amigo no paraba de pensar lo peor: ¿Y si se daban cuenta de que yo no era el cura que había celebrado la boda? O peor, ¿y si era una boda civil? ¿Qué pintaba allí un cura?
Llegó un momento en que no se atrevía a mirar a nadie. Se puso de espaldas a la gente, mirando solamente hacia la barra del bar.
Al darnos cuenta de que realmente lo estaba pasando mal, decidimos beber rápido nuestras consumiciones y marcharnos hacia el hotel. Él se bebió de un trago lo que le quedaba en el vaso y comento: “Yo voy saliendo y os espero afuera”.
Fue al dejar él el vaso vacío en la barra cuando nos dimos cuenta:
El camarero, al servirle el gin-tonic, había vertido la ginebra en el vaso, pero tras abrir el botellín de tónica, lo había dejado sobre la barra para que mi amigo se preparase el combinado como quisiese, más o menos fuerte.
Como decía, fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la botella de tónica permanecía llena. Mi amigo, que no bebía alcohol, estaba tan nervioso por la situación que… ¡se había bebido la ginebra “a palo seco”!
Mientras salíamos del local eran tan fuertes nuestras carcajadas que, entonces sí, todos los invitados de la fiesta se volvieron a mirarnos preguntándose quiénes podíamos ser.
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Hace ya unos cuantos años, al poco tiempo de ordenarme de sacerdote, participé en una convivencia en el seminario de Castellón junto con varios amigos y conocidos. Como a esa convivencia asistió mucha gente, algunos no pudimos quedarnos en el seminario y tuvimos que alojarnos en una zona hotelera próxima, junto a la playa.
Regresábamos a casa el domingo, y el día anterior, sábado, la jornada concluyó con una eucaristía reposada y muy participativa, por lo que finalizó muy entrada la noche. Aunque era bastante tarde, un matrimonio amigo, que se alojaba en el mismo hotel que yo, me propuso dar un paseo por la zona de la playa y comentar lo vivido durante aquellos días de convivencia.
Como la celebración eucarística había sido realmente festiva y una buena experiencia de encuentro con el Señor, lo último que me apetecía a mí también era irme a dormir. Demás hacía una noche muy agradable y no suelo tener la posibilidad de dar un paseo nocturno a la orilla del mar, así que les acompañé con gusto.
Después de un buen rato paseando los tres, el marido comento: “¿No tenéis sed? Ahora me bebía con gusto un gin-tonic (tónica con ginebra).”
Su mujer le miró asombrada y exclamó: “¿Pero a qué viene eso? Si tú lo más que bebes es una cerveza con gaseosa, y sólo los días de mucha fiesta.”
- “Pues me apetece un gin-tonic. Acuérdate que hace años solía beber gin-tonics, y me quitaban la sed.”
La mujer comentó con ironía algo sobre “la crisis de los 40”, pero lo cierto es que con aquella conversación nos empezó a dar sed a todos y nos pareció buena idea sentarnos en algún lugar y tomar algo. Sin embargo, estábamos en el mes de octubre y, al parecer, la temporada turística había acabado. Todos los locales por los que pasábamos, a pesar de ser sábado por la noche, estaban cerrados.
Al cabo de un rato de búsqueda infructuosa, al final nos dimos por vencidos y nos dirigimos hacia nuestro hotel. Pero cuando ya estábamos bastante cerca, oímos que por los alrededores sonaba música y encontramos abierto lo que parecía un local de copas.
Al entrar pudimos observar que estaba bastante lleno y mucha gente estaba bailando. Sin prestar mucha atención, nos dirigimos directamente a la barra y pedimos algo para beber (mi amigo, por supuesto, pidió un gin-tonic).
Fue después de haber pedido las bebidas cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos metido, sin querer, en la celebración de una boda. Mi amigo, ante aquella situación, empezó a ponerse nervioso y propuso que nos fuéramos, pero tanto su mujer como yo estábamos de acuerdo en que, después de todas las vueltas que habíamos dado, no íbamos a marcharnos hasta que él se hubiera bebido "su gin-tonic". Además el camarero ya estaba preparando las bebidas.
A pesar de que ella y yo nos lo tomamos con humor, lo cierto es que la situación era un poco incómoda, pues nadie nos había invitado a aquella fiesta privada. Además, mi amigo, ya visiblemente nervioso, empezó a comentar que notaba miradas "raras" por parte de alguno de los invitados como preguntándose quiénes podíamos ser.
El camarero llegó con las bebidas, pero cuando fuimos a pagarle nos dijo que él era una persona seria. Le habían alquilado el local y le habían adelantado un dinero para las bebidas, y hasta que no se consumiese por valor de ese dinero, allí no iba a pagar nadie. No nos atrevimos a decirle que nosotros no pertenecíamos a la boda y que nos habíamos colado sin querer porque estaba la puerta abierta, así que nos miramos y, sin comentar el asunto, decidimos disfrutar con humor de la situación.
Pero mi amigo seguía insistiendo en que notaba que alguno nos estaba mirado con cara de no saber quienes éramos. Además, aunque el matrimonio que me acompañaba iba vestido bastante elegante y no desentonaban allí, yo vestía de negro y con alzacuellos. La cabeza de mi amigo no paraba de pensar lo peor: ¿Y si se daban cuenta de que yo no era el cura que había celebrado la boda? O peor, ¿y si era una boda civil? ¿Qué pintaba allí un cura?
Llegó un momento en que no se atrevía a mirar a nadie. Se puso de espaldas a la gente, mirando solamente hacia la barra del bar.
Al darnos cuenta de que realmente lo estaba pasando mal, decidimos beber rápido nuestras consumiciones y marcharnos hacia el hotel. Él se bebió de un trago lo que le quedaba en el vaso y comento: “Yo voy saliendo y os espero afuera”.
Fue al dejar él el vaso vacío en la barra cuando nos dimos cuenta:
El camarero, al servirle el gin-tonic, había vertido la ginebra en el vaso, pero tras abrir el botellín de tónica, lo había dejado sobre la barra para que mi amigo se preparase el combinado como quisiese, más o menos fuerte.
Como decía, fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la botella de tónica permanecía llena. Mi amigo, que no bebía alcohol, estaba tan nervioso por la situación que… ¡se había bebido la ginebra “a palo seco”!
Mientras salíamos del local eran tan fuertes nuestras carcajadas que, entonces sí, todos los invitados de la fiesta se volvieron a mirarnos preguntándose quiénes podíamos ser.
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¡La paz contigo!
2 comentarios:
Menudo corte ;-)
Al menos haríais una oración por los nuevos esposos ;-)
¡Qué divertido!
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