Cuestión de nombres

Es curioso cómo algunas personas difícilmente conseguimos que se nos llame por nuestro nombre.
.
A mí, ya desde pequeño, algunos amigos de la familia me llamaban “Casimirín”, haciendo referencia al nombre de mi padre.
Poco después, el cura de la parroquia empezó a llamarme “Pequeño Jim”, apelativo que fue bien acogido por el grupo scout al que pertenecía, lo que no impidió que con el tiempo el apodo acabara degenerando en “Jimmy”, que es como me conoce todo el mundo en mi pueblo.
.
En la Universidad, los compañeros del Colegio Mayor se referían a mí como “Mortimer”.
Posteriormente cambié de estudios y de ciudad, siendo conocido en las aulas de la Escuela de Magisterio como “Pepeto”.
Una vez en el Seminario, empezaron a llamarme “Flick” o “Flipping” (debido a mis continuos despistes), y esos nombres son los que sigue usando, para dirigirse a mí, un nutrido grupo del clero diocesano.
.
Ahora, en las parroquias me suelen llamar por el nombre del sacerdote que me ha precedido, aunque muchas veces los niños, cuando me ven por la calle, me dicen sencillamente “¡Hola, cura!”, con un tono de voz que denota, por lo general, afecto.
.
Pero, aunque estoy acostumbrado a que se me llame por muy diversos nombres, la verdad es que quedé francamente extrañado el día en que una niña de unos cuatro años me saludó diciendo: ¡Adiós, Jesús!
Cuando le pregunté por qué me llamaba así, ella sonriendo señaló con el dedo a la iglesia, y respondió inocentemente: “Tú vives ahí, y mi mamá me ha dicho que ésa es la casa de Jesús.”
.
¡La paz contigo!

No hay comentarios: