En la nevada


En la montaña, donde estaba destinado como párroco, era habitual que, debido a las grandes nevadas, pasásemos cada año unos cuantos días incomunicados por carretera.
Estando precisamente en esa situación, recibí aviso del fallecimiento, en una de mis parroquias, de una señora mayor. Ante la imposibilidad de asistir, acordé con el alcalde que él se encargase del entierro y el domingo, si la carretera estaba despejada, celebraríamos el funeral.
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Según los vecinos me contaron después, entre todos limpiaron de nieve el camino hasta el cementerio y trasladaron allí el cadaver.
Una vez colocada la caja en la sepultura, y tras darle tierra, el alcalde tomó la palabra, diciendo:
"Creo que lo que ahora procede es rezar un padrenuestro".
Acabada la oración, todos se quedaron mirando al alcalde. Él tenía claro que no podía dar la bendición, pero los vecinos esperaban alguna palabra suya para acabar el acto, así que, haciendo un gesto con la mano hacia la tumba, dijo con voz solemne:
“¡María... , que nos esperes muchos años!”
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¡La paz contigo!

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