La caja de hostias


Un día de primavera, a la hora de comer, llamó a mi puerta un vecino del pueblo. Había encontrado en un camino agrícola, entre los campos, una caja de cartón llena de hostias (las obleas redondas y planas que se usan en la consagración). No sabiendo que hacer con ellas, las trajo a la parroquia.
En la caja aparecía una dirección: la parroquia de un pequeño pueblo de montaña, a más de 300 Kms. de distancia.
Como todo aquello me parecía bastante extraño, conseguí el número de teléfono de aquella parroquia y llamé. Así pude enterarme de lo que había sucedido:
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A aquella pequeña población había llegado, hacía más de un año, un joven extranjero (creo recordar que irlandés), que se había integrado en el pueblo. Vivía con una familia a la que había alquilado una habitación.
Durante el último mes se le veía bastante desanimado, y había comentado que el motivo era la reciente muerte de su único hermano.
El pasado fin de semana, la familia con la que vivía habían recibido la visita de unos familiares, y preguntaron al cura del pueblo si durante esos dos día podía acoger al joven extranjero en su casa.
El sacerdote, un señor ya mayor, le recibió con agrado, y a la mañana siguiente pudo comprobar que tanto el joven como su coche (el del cura) habían desaparecido. Como no dio señales de vida en todo el día, ya preocupados, miraron en la habitación que tenía alquilada (donde aún estaban todas sus cosas) por si encontraban alguna pista de dónde podía estar.
En una carpeta encontraron bastantes folios con dibujos de tumbas y cruces, lo que les hizo sospechar de un cierto desequilibrio emocional en el joven, algo que quedo confirmado cuando se recibió en la casa la llamada telefónica de alguien que preguntaba por él: era ¡¡su propio hermano!!, aquel que, según había dicho a todos, estaba muerto.
Cuando yo llamé por teléfono, el sacerdote confirmó que esa caja de formas estaba en su coche desaparecido, lo que daba una idea del itinerario del joven. Al menos eso probaba que no se había suicidado, como todos creían.
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Días después, recibí una llamada de teléfono de aquel sacerdote. Gracias a mi información, la guardia civil había podido localizar finalmente al joven (y su coche). Se encontraba en buen estado, aunque bastante desorientado, a otros 200 Kms. de distancia, en la costa. La gasolina que tenía el coche sólo había podido llevarle hasta allí.
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¡La paz contigo!

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