Hace años, en nuestros pueblos, si aparecía una pareja con una Biblia llamando por las casas, inevitablemente eran identificados como Testigos de Jehová.
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La Iglesia, desde los tiempos apostólicos, ha intentado por todos los medios llevar a los hombres la Buena Noticia del amor de Dios. Pero lo cierto es que, en la Iglesia Católica, las experiencias de anunciar el Evangelio casa por casa, al menos en la España de los años 70, no eran nada habituales.
Por ello, fue todo un acontecimiento cuando unos 40 seglares, que estaban siguiendo un proceso de maduración en la fe dentro de la parroquia, recorrieron durante dos años las casas de mi pequeña ciudad anunciando de puerta en puerta la acción amorosa de Cristo Resucitado a través de la experiencia personal.
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Pasados esos dos años, estos seglares dieron testimonio público de su fe en el templo parroquial, compartiendo también su experiencia de evangelizar casa por casa.
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La Iglesia, desde los tiempos apostólicos, ha intentado por todos los medios llevar a los hombres la Buena Noticia del amor de Dios. Pero lo cierto es que, en la Iglesia Católica, las experiencias de anunciar el Evangelio casa por casa, al menos en la España de los años 70, no eran nada habituales.
Por ello, fue todo un acontecimiento cuando unos 40 seglares, que estaban siguiendo un proceso de maduración en la fe dentro de la parroquia, recorrieron durante dos años las casas de mi pequeña ciudad anunciando de puerta en puerta la acción amorosa de Cristo Resucitado a través de la experiencia personal.
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Pasados esos dos años, estos seglares dieron testimonio público de su fe en el templo parroquial, compartiendo también su experiencia de evangelizar casa por casa.
Uno de ellos, José Luis (agente de seguros), contó lo siguiente:
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- A pesar de sentir que el Señor nos acompañaba en nuestra misión, lo cierto es que íbamos con miedo, con mucho miedo.
Yo estoy acostumbrado a tratar con la gente, pero no es lo mismo vender las bondades de un seguro que anunciar a Jesucristo, porque en el pueblo todos te conocen y saben de qué pie cojeas, y cuando uno anuncia a Jesucristo siempre se ve pobre y limitado.
Emérito (un buen mecánico del automóvil) y yo, después de rezar, salíamos a predicar por la calle que previamente el párroco nos había asignado.
Los dos teníamos auténtico miedo (miedo al ridículo, miedo al qué dirán, miedo a no saber hacerlo bien… ). Así que, antes de empezar, llegamos a un acuerdo: “Cada vez llama uno a una puerta, y tanto si nos abren como si no, después le toca al otro llamar a la puerta siguiente.”
Así lo hicimos. Nos acercamos a un portal y llamé por el portero automático al primero derecha, pero nadie contestó, así que con cierto alivio dije a Emérito: “Ahora te toca a ti.”
Él llamó al primero izquierda, pero tampoco contestó nadie por el telefonillo del portero automático, así que de nuevo fui yo el que pulsó el interfono, esta vez en el segundo derecha.
¡Que pobres somos! ¡Con qué miedo estaríamos, que hasta que no llamamos al cuarto piso no nos dimos cuenta de que EL EDIFICIO ESTABA TODAVÍA EN CONSTRUCCIÓN!
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¡Todo un testimonio de pobreza y de fidelidad a la misión!
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¡La paz contigo!
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- A pesar de sentir que el Señor nos acompañaba en nuestra misión, lo cierto es que íbamos con miedo, con mucho miedo.
Yo estoy acostumbrado a tratar con la gente, pero no es lo mismo vender las bondades de un seguro que anunciar a Jesucristo, porque en el pueblo todos te conocen y saben de qué pie cojeas, y cuando uno anuncia a Jesucristo siempre se ve pobre y limitado.
Emérito (un buen mecánico del automóvil) y yo, después de rezar, salíamos a predicar por la calle que previamente el párroco nos había asignado.
Los dos teníamos auténtico miedo (miedo al ridículo, miedo al qué dirán, miedo a no saber hacerlo bien… ). Así que, antes de empezar, llegamos a un acuerdo: “Cada vez llama uno a una puerta, y tanto si nos abren como si no, después le toca al otro llamar a la puerta siguiente.”
Así lo hicimos. Nos acercamos a un portal y llamé por el portero automático al primero derecha, pero nadie contestó, así que con cierto alivio dije a Emérito: “Ahora te toca a ti.”
Él llamó al primero izquierda, pero tampoco contestó nadie por el telefonillo del portero automático, así que de nuevo fui yo el que pulsó el interfono, esta vez en el segundo derecha.
¡Que pobres somos! ¡Con qué miedo estaríamos, que hasta que no llamamos al cuarto piso no nos dimos cuenta de que EL EDIFICIO ESTABA TODAVÍA EN CONSTRUCCIÓN!
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¡Todo un testimonio de pobreza y de fidelidad a la misión!
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¡La paz contigo!
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