El buen samaritano (II)

Según pasaban los kilómetros, me iba sintiendo algo inquieto.
Tal vez para relajar la situación, el desconocido me preguntó si hablaba inglés, pues él, aunque descendía de Portugal, era norteamericano y prefería expresarse en esa lengua. Como le dije que no, decidimos que él se expresaría en portugués y yo hablaría despacio el español.
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A unos quince kilómetros llegamos a un taller en el que, al parecer, efectivamente le conocían, y se ofrecieron a ayudarnos cuando acabasen la reparación que estaban realizando (les faltaba como unos tres cuartos de hora).
Durante el tiempo de espera, seguí conversando con el “americano”.
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Quizá porque yo iba vestido de clergyman (de negro y con alzacuellos), me dijo que también él y su familia eran católicos y que estaban allí pasando unos días para visitar a una hija suya, casada en Portugal, que estaba a punto de dar a luz.
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Llevábamos un buen rato de conversación intrascendente cuando, de improviso, me llevó a una zona un poco apartada del taller y se echó a llorar.
Me confesó entonces que él... ¡¡era un agente de la CIA!!
Durante años había estado destinado en Grecia y, aunque efectivamente estaba visitando a su hija, en breve debería desplazarse para una misión en Rusia. Eso le provocaba bastante angustia y necesitaba desahogarse.
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También me dijo que siempre llevaba con él una estampa de la Virgen, que perteneció a su madre. Cuando abrió su cartera para enseñármela, pude ver, junto a la estampa de la Virgen (ya bastante ajada por los años y el uso), un ¡enorme! fajo de billetes de los mas variados tamaños y procedencias.
Además, en la cartera había un permiso de conducir de un estado americano (creo recordar que era Virginia), y tras él, se apreciaba la parte de arriba de otro carnet donde podía verse perfectamente la cabeza del águila con las letras “CENTRAL INTELLIGENCE AGENCY” rodeándola en semicírculo.

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