Nacionalismos enfermizos en la Iglesia II

En otra ocasión, tuve que ir a Elorrio (Vizcaya) para celebrar el funeral de una hermana de mi abuelo.
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Al presentarme en la sacristía, el sacerdote, ya entrado en años, me dijo que yo no podía presidir la celebración porque no sabía hablar en vasco, y el Consejo Parroquial había decidido que todos los funerales fueran, al menos, bilingües. (¡Otra vez con la misma historia!)
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Tuve que explicarle que mi tía-abuela era una maestra castellana que había sido exiliada con el resto de su familia a las Vascongadas al acabar la guerra civil, por haber pertenecido al bando republicano.
Durante casi cuarenta años había enseñado en la escuela de Elorrio, siempre en español, y nada parecía indicar que los antiguos alumnos que asistiesen al funeral pudieran tener dificultad en entender la lengua en la que habían estudiado. Por el contrario, también asistiría el resto de su familia, que estaban repartidos por toda España, y estos sí que no entenderían nada si la celebración era en euskera.
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Al final, el sacerdote optó por una decisión salomónica: yo podía presidir la celebración, ¡¡e incluso predicar en castellano!! , pero él estaría a mi lado con un micrófono e iría traduciendo al vasco todo lo que yo dijese.
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Para empeorar más la situación, a la misma hora del funeral había en la plaza de la iglesia una manifestación de Herri-Batasuna para pedir la excarcelación de los presos etarras.
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El resultado fue esperpéntico:
Yo decía una frase. En el momento que paraba para coger aire, el otro sacerdote rápidamente empezaba a traducirme en vasco. Y la pobre gente del funeral, con cara de no entendernos a ninguno de los dos, porque la iglesia retumbaba con el sonido de los altavoces de la plaza que no paraban de repetir eso de “¡Presoak kalera!”.
Viendo que la situación era ridícula, opté por que mi homilía fuera extremadamente breve, lo que aprovechó el otro sacerdote para iniciar él otro sermón por su cuenta, esta vez totalmente en vasco y sin traducción al castellano.
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Al final de la celebración, el sacerdote me intentó explicar que los que no somos de allí no entendemos la idiosincrasia y las peculiaridades de la “Iglesia Vasca”.
Ahí fue cuando exploté y le dije (creo que faltando algo a la caridad y no respetando sus canas) que yo al proclamar el Credo manifestaba creer en “la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica”, pero nadie me había enseñado que, además, era “Vasca”.
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Espero que el Señor me perdone esa falta de humildad y ese exceso de sinceridad, pero…
¡Dios nos libre de los nacionalismos enfermizos, sobre todo en la Iglesia!
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¡La paz contigo!

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