El regalo de boda

Hoy, revolviendo unos papeles, he encontrado estas antiguas fotos. El recuerdo de aquel día me ha hecho sonreír con cierta nostalgia.
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Era la primera pareja de la cuadrilla que se casaba, y todos nos habíamos trasladado a la pequeña población de donde procedía el novio.
Él ponía la iglesia (bueno, la ermita) y la novia ponía el sacerdote, su tío cura.
La pareja elegante, pero sin disfrazarse. Y de banquete nupcial, una chuletada en el campo, que para algo el padre del novio era carnicero.
Después de los postres (en la foto estamos todos comiendo un helado que, con el calor que hacía, nos supo a gloria) llegó el momento de hacerles nuestro regalo de bodas.
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Días antes, algunos nos habíamos reunido para decidir que regalarles. Estaba claro que un matrimonio joven lo que necesita es el dinero, pero meter unos billetes en un sobre no nos parecía algo muy original. Así que a alguien se le ocurrió la “genial” idea:
- ¿Por qué no les hacemos el regalo en pesetas, en auténticas pesetas, o sea, EN MONEDAS DE UNA PESETA?
La insensatez de la juventud hizo que a todos nos hiciera gracia la propuesta y la aceptamos por unanimidad.
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Corrimos la voz de que cada uno debía procurar las pesetas correspondientes a su regalo, y allí nos tienes a todos intentando recopilar esa gran cantidad de monedas.
Al cabo de unos días, en nuestra pequeña ciudad ya no quedaba una moneda de peseta ni en los comercios, ni en los bancos, ni en los rincones de las sacristías, ni en las huchas de hermanos y sobrinos pequeños. Seguimos rebuscando por los pueblos de los alrededores y en la capital hasta conseguir nuestro objetivo. (Debo reconocer que al final debimos usar alguna moneda de 5 y 25 pesetas, pero muy muy pocas).
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Ahora venía el segundo problema: ¿Cómo les entregábamos todo aquello?
Cada uno tenía su parte y no habíamos visto todo junto, pero, tal como se ve en la foto, nuestra cuadrilla era muy numerosa y era previsible que la cantidad de monedas iba a ser enorme (Además, se trataba de pesetas de las de antes, de las rubias, no de esas cosas diminutas de aluminio que salieron después).
Entonces a algún “genio” se le ocurrió que podíamos colocar cada parte en dos o tres cestitas y envolverlas con papel de regalo. Además, podíamos comprar un gran cubo de basura, de los de comunidad de vecinos, y en el momento de hacer el regalo cada uno llegaría con sus cestitas y vertería el contenido en el cubo.
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El día de la boda, tal como habíamos decidido, colocamos en medio el gran cubo de basura y todos en fila fuimos descargando nuestro regalo en él.
Pero había algo que no habíamos calculado. Una vez lleno, ese cubo era imposible de mover.
Alguien trajo una furgoneta, y después de muchos intentos, entre todos conseguimos cargar en ella el cubo de basura lleno.
No sé qué harían después los novios con todo aquello. (Ni siquiera sé cómo consiguieron descargarlo de la furgoneta y llevarlo a su casa)
Si tienen ganas, que lo cuenten ellos en su blog.
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¡La paz contigo!

1 comentario:

alfileres de novia dijo...

Seguro que lo pasasteis de maravilla en un evento así, solo viendo las caras de las personas ya irradian felicidad y alegría, enhorabuena!!